Sentado
en un banco, mirada perdida y tristeza en el alma. No tenía nada en que pensar,
porque todo lo que poseía era banal y rutinario. No tenía ilusiones, ni
proyectos, ni siquiera tenía alguien con quien compartir su eterna apatía. Era
joven por fuera y viejo por dentro. Era un alma perdida que no sabía a dónde
dirigirse. Deseaba salir de su rutina, quería soñar…
El
chasquido de una rama lo hizo salir de su aletargamiento, levantó la cabeza y vio
a una muchacha que paseaba a su perro por el parque, una muchacha alta y
delgada, una muchacha hermosa que probablemente no estaba creada para él.
Pasaron
varias semanas y cada día volvía al banco con la única idea de volverla a ver,
con angustia en su cuerpo y miedo en el alma, con miles de mariposas en la
barriga que lo hacían sentir, que le
hacían padecer. Suspiraba, sonreía, se moría y soñaba cada día, cada hora, cada
minuto, cada segundo…A ratos vibraba de alegría y a ratos se moría por dentro.
Angustiado por aquel descontrol de emociones gritaba en su interior ¡Quiero ser
como antes, quiero dejar de sentir!
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