domingo, 2 de junio de 2013

MI PRIMER HOGAR CON IDENTIDAD


Llegué al patio del colegio con una mochila a la espalda, no tenía mucho que transportar. Me dirigí hacia la casa donde probablemente me quedaría a vivir y mi boca se abrió como la puerta de un castillo. Por fuera se veía antigua y decrépita, pero quizás por dentro no estuviera tan mal. Abrimos la puerta para ver el interior de la vivienda. No sé cuántos años tenía aquella casa, pero por dentro estaba aún más deteriorada que por fuera.
Observé cada una de sus habitaciones con detalle. A la entrada a la derecha un salón amplio, con el suelo rojizo y descolorido por el tiempo. Las ventanas de madera se caían de viejas y las puertas pintadas a brochazos llamaban la atención por las manivelas antiguas que colgaban sin tornillos. Los cables de la luz decoraban las paredes deslucidas sin gracia ninguna y en el centro del techo, un cable blanco colgando y una simple bombilla. Bombilla que había servido de retrete para las moscas durante bastantes años. Un pasillo pequeño y una cocina de no más de dos metros cuadrados. El patio no lo pudimos ver porque los años lo habían convertido en una selva intransitable.
La planta de arriba tenía dos habitaciones y un baño. Las habitaciones en las mismas condiciones que el salón. El baño era una pieza de museo que nadie se hubiera atrevido a exponer por la suciedad que contenía.
Me quedé abstraída durante unos momentos y salí de sí al escuchar el eco de las pisadas, la casa estaba tan vacía que todo retumbaba.
 Muy lejos de desanimarme, comencé a imaginar cómo podía convertir una casa triste y ajada en un hogar alegre donde poder vivir.
¡Me gusta! Nos quedamos a vivir aquí. A cambio, recibí una sonrisa que aún no se si significaba ¿Cómo te puede gustar? o estoy de acuerdo contigo.
Una vez limpia la casa, me dedique a pintar todas las puertas y ventanas de color amarillo fuerte. No conforme con eso, dibujé mariposas de colores que me recordaran a la primavera. Un armario  de escuela pintado de rojo, sirvió de mueble para el salón. Una mesita escolar con un mantel de colores sostuvo el equipo de música durante tres años. Una mesa camilla y cuatro sillas playeras terminaron de completar aquel salón peculiar. Después dibujé algunos cuadros coloridos que ayudaron a tapar los desconchones de la pared.
Cambié las manivelas de las puertas y cuando terminé de decorar el salón pensé…No es una mansión, pero tiene personalidad.
En un dormitorio coloqué un somier y un colchón. El cabecero lo decoré dibujando  una luna y una palmera que cubría toda la pared. El otro dormitorio sirvió de vestidor, todas sus paredes cubiertas con estanterías metálicas que hacían de armario ropero. Unas cortinas de colores pegadas con belcro  a los estantes, hicieron de puertas. En el cuarto de baño, poco se pudo hacer, pero un cambio de grifería y una buena limpieza lo adecentó lo suficiente como para no dar asco.
Cuando todo estuvo terminado, miré a mi alrededor y me sentí satisfecha. Quedó todo muy vistoso, aunque la casa seguía siendo vieja. Una casa sin lujos, ni muebles,…Una casa decorada con ilusión, nada más.
Entonces sentí que aquel era mi hogar, mi primer hogar con identidad propia después de haber salido de la casa de mis padres. Un hogar con lo básico, donde fui muy feliz.

“Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”

John Locke, pensador y padre del liberalismo

No hay comentarios:

Publicar un comentario