Llegué
al patio del colegio con una mochila a la espalda, no tenía mucho que
transportar. Me dirigí hacia la casa donde probablemente me quedaría a vivir y
mi boca se abrió como la puerta de un castillo. Por fuera se veía antigua y
decrépita, pero quizás por dentro no estuviera tan mal. Abrimos la puerta para
ver el interior de la vivienda. No sé cuántos años tenía aquella casa, pero por
dentro estaba aún más deteriorada que por fuera.
Observé
cada una de sus habitaciones con detalle. A la entrada a la derecha un salón
amplio, con el suelo rojizo y descolorido por el tiempo. Las ventanas de madera
se caían de viejas y las puertas pintadas a brochazos llamaban la atención por
las manivelas antiguas que colgaban sin tornillos. Los cables de la luz
decoraban las paredes deslucidas sin gracia ninguna y en el centro del techo,
un cable blanco colgando y una simple bombilla. Bombilla que había servido de
retrete para las moscas durante bastantes años. Un pasillo pequeño y una cocina
de no más de dos metros cuadrados. El patio no lo pudimos ver porque los años
lo habían convertido en una selva intransitable.
La
planta de arriba tenía dos habitaciones y un baño. Las habitaciones en las
mismas condiciones que el salón. El baño era una pieza de museo que nadie se
hubiera atrevido a exponer por la suciedad que contenía.
Me quedé
abstraída durante unos momentos y salí de sí al escuchar el eco de las pisadas,
la casa estaba tan vacía que todo retumbaba.
Muy lejos de desanimarme, comencé a imaginar
cómo podía convertir una casa triste y ajada en un hogar alegre donde poder
vivir.
¡Me
gusta! Nos quedamos a vivir aquí. A cambio, recibí una sonrisa que aún no se si
significaba ¿Cómo te puede gustar? o estoy de acuerdo contigo.
Una vez
limpia la casa, me dedique a pintar todas las puertas y ventanas de color
amarillo fuerte. No conforme con eso, dibujé mariposas de colores que me
recordaran a la primavera. Un armario de
escuela pintado de rojo, sirvió de mueble para el salón. Una mesita escolar con
un mantel de colores sostuvo el equipo de música durante tres años. Una mesa
camilla y cuatro sillas playeras terminaron de completar aquel salón peculiar.
Después dibujé algunos cuadros coloridos que ayudaron a tapar los desconchones
de la pared.
Cambié
las manivelas de las puertas y cuando terminé de decorar el salón pensé…No es
una mansión, pero tiene personalidad.
En un
dormitorio coloqué un somier y un colchón. El cabecero lo decoré dibujando una luna y una palmera que cubría toda la
pared. El otro dormitorio sirvió de vestidor, todas sus paredes cubiertas con
estanterías metálicas que hacían de armario ropero. Unas cortinas de colores
pegadas con belcro a los estantes,
hicieron de puertas. En el cuarto de baño, poco se pudo hacer, pero un cambio
de grifería y una buena limpieza lo adecentó lo suficiente como para no dar
asco.
Cuando todo
estuvo terminado, miré a mi alrededor y me sentí satisfecha. Quedó todo muy
vistoso, aunque la casa seguía siendo vieja. Una casa sin lujos, ni
muebles,…Una casa decorada con ilusión, nada más.
Entonces
sentí que aquel era mi hogar, mi primer hogar con identidad propia después de
haber salido de la casa de mis padres. Un hogar con lo básico, donde fui muy
feliz.
“Los
hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente
y no una condición de las circunstancias”
John Locke, pensador y
padre del liberalismo
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